Furor ecologista (4 noviembre 2016)

La ignorancia es el principal caldo de cultivo para el éxito de la ecología distópica: la que nos vende el fin del mundo por causas antro-pogénicas evitables. Miles de informes, conferencias, congresos y subvenciones públicas y privadas hacen de sus miembros destaca-dos personas económicamente privilegiadas. Su representante internacional más conocido sea quizá Al Gore, defensor a ultranza de la teoría del calentamiento global, dueño de una mina de cinc y frecuente viajante en jet privado. Un ecologista ejemplar de me dio millón de dólares por conferencia. En nuestro pequeño mundo lo-cal tenemos también un omnipresente representante, Manu San Félix: un mediático biólogo marino y exitoso empresario, con supuestos intereses económicos en la mamandurria ecológica de la posidonia. Este verano sus exabruptos posidónicos nos han atragantado el desayuno día sí, día también. Nuevas amenazas distópicas de plazo corto, como que se han perdido 300 millones de plantas de posidonia en cuatro años en Illetas de Formentera, por culpa de los fondeos de embarcaciones de gran eslora; o que en menos de diez años desaparecerá la posidonia, las playas y miles de especies del Mediterráneo occidental si seguimos fondeando tan a lo loco. El remate es cuando se pone en plan Zapatero a oler las nubes: «A la posidonia se lo debemos todo, hasta el aire que respiramos». Da la impresión de que la cosa mediática le ha hecho perder un poquito el norte, o que sus dispersos pensamientos han pasado a una fase superior de difícil comprensión a los mortales. La exageración es una costumbre propia de los baleares pero no la culpabilización falaz. Pienso que la argumentación de culpar únicamente a los fondeos de embarcaciones no es fruto de la supina ignorancia que se vislumbra, sino que podría ser fruto de intenciones más vulgares y terrenales: las económicas. Las empresas vinculadas a San Félix han facturado sólo en el año 2015 cerca de medio millón de euros (fuente: Registro Mercantil). También colabora «altruistamente» con la empresa que ha ayuda-do a cerca de 3.500 incautos y acojonados capitanes de grandes yates a fondear sobre arena. Sinceramente, sólo puedo darle la enhorabuena por este perfecto tinglado eco-empresarial que ha montado, y por sus resultados. La realidad que han denunciado ecologistas y biólogos marinos menos mediáticos y con más sentido común, como Salud Deudero o Carlos Duarte, es que la verdadera amenaza de esta planta marina no sólo son los fondeos incontrolados sino el progresivo calentamiento o tropicalización del mar Mediterráneo; la pro-liferación de especies invasoras; la pesca de arrastre; los vertidos de aguas mal depuradas y el empleo de fertilizantes en el campo, que llegan al mar por torrentes y filtraciones de acuíferos. Causas mucho más verosímiles y objetivas. Lo normal es que la gente no disponga de datos para contrastar estas teorías y las admita como válidas. Cuanto más agresivo y repetitivo es el ponente, más verdaderas parecen. Los medios dan eco a informes tergiversados llenos de medias verdades o a grandilocuentes frases del erigido por El País Semanal como el «salvador de la posidonia» Manu San Félix, porque les hace vender periódicos. El miedo es tan rentable como la ignorancia
Este furor ecologista sólo es comparable con el furor uterino de nuestra querida Bernarda, que también se supone obedecía a causas económicas. Aunque para nuestro San Félix sea más deseable un final de cordura que un castigo divino.

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