Superyates: el lujo también busca la etiqueta verde para la navegación (9 diciembre 2021)

Las investigaciones en el sector marítimo recreativo se centran en nuevas formas de propulsión y en componentes sostenibles. Algunas marinas ya ofrecen enchufes para el atraque.
En el Port Vell, ajeno a los miles de personas que pasan por esta turística zona de la capital catalana, Marina Barcelona 92 (MB92) acondiciona y repara superyates de hasta 200 metros de eslora, algunos valorados en varias decenas de millones de euro….
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En el Port Vell, ajeno a los miles de personas que pasan por esta turística zona de la capital catalana, Marina Barcelona 92 (MB92) acondiciona y repara superyates de hasta 200 metros de eslora, algunos valorados en varias decenas de millones de euros. La firma, controlada por el fondo de private equity Squircle Capital, culminó la pasada primavera una inversión de cuatro millones de euros para electrificar sus instalaciones. El cambio permitirá evitar la emisión de 8.700 toneladas de dióxido de carbono y las embarcaciones dejarán de consumir diésel mientras estén atracadas si se enchufan.
Este proyecto impulsado por la principal compañía de su sector es una gota dentro de la transformación que afronta toda la cadena de valor: desde la fabricación hasta los astilleros, lo que incluye el diseño, los materiales usados y, sobre todo, la propulsión. El segmento de los superyates mira hacia otros ámbitos que le pueden ser de inspiración, como la Fórmula 1, en transformación hacia nuevos diseños y técnicas que dejen atrás el motor de combustión.
El debate sobre las emisiones en el mar se ha centrado más sobre los barcos que canalizan el grueso del transporte mundial de mercancías, pero los superyates también afrontan el difícil reto de reducir sus emisiones en un escenario en el que se espera un alza en cinco años del 13% de estas naves, hasta las cerca de 6.500 unidades en el mundo.
“Espero ver una completa transformación en los próximos veinte años; si no lo hacemos, probablemente nos dirán: ‘Lo siento, pero ya no puedes seguir usando esos barcos que ponen en riesgo la vida de los océanos”, apunta Pepe García Aubert, consejero delegado de MB92, en relación a la contaminación de los espacios marinos y las emisiones a la atmósfera.
Los principales esfuerzos del sector se centran en la reducción de emisiones de los motores. Una de las opciones a corto plazo es la hibridación entre diésel y electricidad. Algunos constructores trabajan en celdas de hidrógeno y en aprovechar las alas (foils) para generar energía mientras se navega.
Por ejemplo, el fabricante alemán de superyates Lürseen desarrolla un bote con celdas que se alimentan de metanol que a su vez se transforma en hidrógeno, una tec nología que daría una autonomía de hasta mil millas náuticas (una milla equivale a 1.852 metros). La mala noticia es que el proyecto no estará listo antes de 2025.
“A diferencia de los barcos comerciales, los superyates están mucho tiempo amarrados, de ahí la necesidad de hacer sostenible tanto la construcción como su mantenimiento”, expone Albert Willemsem, consultor de Icomia, la asociación del sector marítimo recreativo.
Colaboración de actores
El cambio en esta industria requiere de la colaboración de los diferentes implicados. Por ejemplo: un constructor puede introducir un casco de silicona para reducir el roce con el agua, pero el problema se puede presentar si al final de la vida útil del barco este material no se puede reutilizar. De ahí la necesidad de repensar el sector de los yates desde el principio, con el uso de materiales que no tengan impacto o que se puedan reciclar.
Water Revolution Foundation está desarrollando una base de datos de proveedores con una etiqueta verificada de sostenibilidad. También impulsa una herramienta para calcular la huella ambiental, ya que una empresa que no es consciente de su impacto no lo puede reducir.
En esta cadena, es importante la presión que las empresas pueden ejercer sobre los gobiernos para que plasmen en leyes los objetivos de Naciones Unidas y, en consecuencia, aceleren el cambio. “Me temo que ningún país lo ha hecho”, apunta Adrian Gahan, consultor de asuntos gubernamentales de la fundación Blue Marine, que cree que hay propietarios con capacidad de influencia que podrían hacer más.

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